El Evangelio de Quetzalcoatl

Nuestro México es un país de contrastes. Cargamos sobre nuestros hombros, como cualquier nación moderna, un cúmulo de experiencias que hacen de la historia un dibujo de variaciones tonales tan vastas, que a veces nos es difícil distinguir. Sería más específico decir que somos adoradores de la dualidad. Culturalmente nos entendemos como el producto de un trauma tan impactante que hasta la fecha no logramos reconciliar. Este país es uno y lo otro al mismo tiempo. Un crisol hermoso a la vista pero construido a partir de incontables fragmentos producto de un estallido anímico, físico, moral y espiritual que ha resultado del inevitable impacto de dos fuerzas opuestas que colisionaron. “El Evangelio de Quetzalcóatl” reanima las más antiguas dualidades que en nuestro pasado habitan. La más grande de todas: la transformación del príncipe tolteca Ce Ácatl Topiltizin Quetzalcóatl en dios. Pero también trajo a flote la dualidad trascendental característica de las culturas mesoamericanas: el principio creativo-destructivo, representado por los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, cuya danza cósmica se manifiesta en la idea de que “sólo la muerte puede darnos la vida”. Como hilvanando un hilo imaginario que enlaza diversos pasados con nuestro presente, el director David Aguirre propone un nuevo vínculo con una parte de nuestra identidad. Gracias a su peculiar formación en el mundo de las artes escénicas Teatro Urbano, nos permite experimentar una propuesta que permite notar claramente el paso de lo humano a lo sagrado del protagonista, al mismo tiempo que –apoyado en recursos extraídos del “teatro del absurdo”- nos revela el carácter de cada uno de los personajes. Además de que las gesticulaciones y desplazamientos nos permiten imaginar desde metamorfosis o batallas épicas, hasta viajes astrales o emplazamientos arquitectónicos. Incluso los modestos recursos escenográficos están empleados de las formas más creativas, demostrando que no es necesaria una costosa producción para disfrutar y activar nuestros canales intelectuales y estéticos. (Alma Cardoso)

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